Hace unos días os presentabamos el número trece del boletín "Puesisesque..." dedicado a Jaime Suárez Quemaìn y hoy queremos acompañar el homenaje a su figura con un interesante artículo de Mauricio Vallejo Márquez publicado en el Diario Co-Latino el pasado 12 de julio de 2019:
Como lo hacia a diario, el poeta y periodista Jaime Suárez Quemaìn
bebía café en Bella Nápoles, muy cerca de donde se encontraba la
redacción de la Crónica, periódico del que él era el jefe de redacción.
Acababa de darle un sorbo a su taza cuando el fotoperiodista César
Najarro entró en el local y al ver a Suárez decidió ir a saludarlo. En
ese momento entraron dos hombres, que acababan de salir de un taxi, se
acercaron a los periodistas y uno se quedó tras Suárez y le tocó la
espalda. Al levantarse S
uárez el otro hombre le puso unas esposas,
inmediatamente hicieron lo mismo con Najarro. Era la tarde del 11 de
julio de 1980. El silencio reinó en el Café Bella Nápoles, así como
sucedía en la mayoría de calles, casas y parques de El Salvador. El 12
de julio fueron encontrados ambos cuerpos en la entrada de Antiguo
Cuscatlán. Ambos habían sido cruelmente torturados, Suárez había
recibido varias cortadas con machete en la espalda, también le habían
abierto el abdomen, además tenía varios golpes en su tórax, rostro y
extremidades y un agujero de bala muy cerca de uno de los orificios de
su nariz. Su sobrina Sonia Martínez Suárez junto a otros familiares lo
llegó a reconocer.
Meses antes de que lo mataran llegaron donde su hermano, que era
coronel, y le arrojaron un ejemplar de La Crónica frente a él. Con
evidente enojo le dijeron: “decile a tu hermano que deje de escribir
esas cosas, sino le vamos a dejar un mensaje en La Crónica”.
Un día se detuvieron dos vehículos frente a La Crónica, bajaron la
puerta de la cama de un pick up y tomaron posición para empezar a
ametrallar las instalaciones del periódico. A pesar de este aviso,
Suárez siguió escribiendo.
Cuentan que la esposa del dueño del periódico le mostró a un
visitante oficial la oficina de Suárez. Un par de días después, cuando
estaban imprimiendo el medio llegaron un par de hombres y ametrallaron
desde afuera la oficina de Suárez. A él no le pasó nada porque se
encontraba supervisando la edición. Cuando los sujetos se fueron, el
poeta subió a su oficina y recogió los casquillos y dijo: “me voy a
hacer un collar con estos bolados”.
Un día volvieron a llegar donde su hermano, el coronel, y le dijeron
que ahora el aviso se lo iban a dar directamente a Suárez y que le
dijera que dejara de escribir. Ante la amenaza se reunió toda la familia
y le pidieron que saliera del país. El poeta dijo: “si mataron a
Monseñor Romero, quien soy yo”.
Suárez nació el siete de mayo de 1949 y fue un verdadero luchador en
contra de la injusticia. Sus actos demostraban además de esa inclinación
un fuerte deseo por defender los derechos de los salvadoreños. A diario
lo demostraba en su trabajo donde literalmente se jugó la vida. Todo
atropello contra los Derechos humanos, cada injusticia, cada verdad era
publicada sin importar el precio que tuvo que pagar con los días. Se
convirtió en un símbolo de la libertad de expresión.
“Es tan sucio el que pone las cadenas como el que lo acepta como algo
sin remedio”, afirmó en su momento Suárez, una frase que es vista con
normalidad en pleno 2008, pero a finales de 1970 el sólo hecho de
pronunciarla en voz baja era suficiente para dejar de vivir.
Sus palabras eran leídas a diario no sólo por sus simpatizantes, sino
también por sus enemigos que un día no pudieron tolerar más sus
comentarios y decidieron acabar con él. El 13 de julio de 1980 el
periódico español El País destacaba el asesinato de Suárez:
“El secuestro de Suárez Quemain y Najarro ocurrió apenas cuatro horas
después de que un grupo de familias campesinas llegadas del norte del
país, bajo la protección armada del grupo izquierdista Ligas Populares
Veintiocho de Febrero, ocuparan ayer la Embajada de Costa Rica en esta
capital, para «denunciar al mundo la represión del Ejército contra los
campesinos». Un policía que custodiaba la sede e intentó impedir la
ocupación fue muerto de un tiro”, escribió Carlos María Gutiérrez.
La sopa del chucho
Jaime Suárez fue un maestro por naturaleza. Enseñó durante algunos
años en los aulas de algunos centros escolares, pero también instruyó a
varios escritores e intelectuales de la época, entre ellos la cantante y
antropóloga Lorena Cuerno e incluso a mi padre, Mauricio Vallejo, quien
lo conoció por medio de mi abuelo Oscar Antonio Vallejo cuando Suárez y
él trabajaron juntos para el Ministerio de Educación.
Jaime le decía a sus amigos: “Vamos a comernos la sopa del chucho”,
cuando los invitaba a comer en su casa, porque su madre, Carlota Quemaìn
vda. De Suárez tenía un perrito que no comía si no le preparaban una
sopa de carne de res o de pollo. Así que los poetas llegaban a diario a
comer y se escuchaban las platicas de: Ricardo Castrorrivas, Nelson
Brizuela, Mauricio Vallejo, Rigoberto Góngora, entre otros.
También recomendaba lecturas a los jóvenes escritores que se reunían
con él en el café bella Nápoles como era el caso de los hermanos Galeas.
Suárez fundó junta a Alfonso Hernández, Rigoberto Góngora, Mauricio
Vallejo, Humberto Palma, Jorge Mora San, los hermanos Galeas, Nelson
Brizuela, David Hernández y Chema Cuellar, entre otros, la revista
literaria La cebolla púrpura, que gozó de mucha simpatía por varios
años. Todo esto mientras desarrollaba su trabajo como periodista de La
Crónica.
Su oficio literario lo compartió con muchos, entre ellos sus vecinos.
Cada uno de ellos tuvo el honor de que el poeta le dedicara un poema en
la serie Mis Vecinos.
En la escena poética, Suárez se dio a conocer al ganar un certamen
estudiantil nacional en 1970, desde entonces no soltó la pluma y
escribió poemas, teatro, además de sus incisivos artículos de opinión.
“Cuando asistas a la universidad ten presente que manos de albañiles
la construyeron, que detrás de cada libro hay manos de tipógrafos que,
aunque no te conocen, piensan en tí en cada letra que colocan, que
detrás de una regla de cálculo, de una probeta y hasta del lápiz que
ocupes: hay manos obreras. No los defraudes volviéndoles la espalda. Si
algún día te toca anteponerle a tu nombre la palabra “doctor” o
“licenciado” que no sea para estar en alianza con el gangster”, afirmaba
Suárez.
Entre sus libros destacan: Un disparo colectivo, poesía, edición
póstuma. San Salvador, 1980, El discreto encanto del matrimonio, teatro,
1980 y Lienzo abstracto, poesía, inédito, 1980. Además de muchos
trabajos más publicados en periodicos y revistas de la época.
La lucha
Jaime Suárez Quemaìn no fue un boxeador, seguramente nunca se puso
los guantes ni buscó el ansiado ranking de una Federación amateur o
profesional, quizá apenas sabía un poco de palabras como: rectos,
ganchos. Tal vez ni le interesaba ver las peleas tanto como escribir.
Pero tenía sangre de boxeador y la de una de las mayores glorias
boxísticas de nuestro país. Quizá por ello él fue tan combativo. Su
padre fue Alejandro de la Cruz Suárez quien figuró como campeón
centroamericano en 1939.
Dentro de su poemario Un disparo Colectivo encontramos un poema
conmovedor llamado Un Round a tu recuerdo, donde habla de su padre, de
lo orgulloso que en ese momento se encontraba de tener un padre como él,
un boxeador heroico y al que le dedicaba su vida. Cuenta su familia que
lo escribió un día en que se iba a suicidar, pero al ver el retrato de
su progenitor en la pared en lugar de acabar con su vida tomó una pluma y
comenzó el poema. Un hermoso poema de Suárez que cobra aún más sentido
al conocer la historia que le vio nacer.
Así como su progenitor tuvo la vida de un verdadero luchador, uno que
peleó contra la libertad de expresión, contra el miedo y habló sin
ataduras:
“Es tan sucio el que pone las cadenas como el que lo acepta como algo
sin remedio” afirmó Suárez y aún ahora a veintiocho años de asesinado
siguen vibrando en más de algún escrito como muestra de que Suárez dejó
su huella en las letras salvadoreñas.