25/8/10

Los primeros pobladores de El Salvador

Ensayo de Isabel Soto Mavedo (Periodista, historiadora y poeta cubana), publicado en el suplemento cultural 3000 del Diario Co-Latino el 24 de abril de 2010.

Mucho antes de la llegada de los conquistadores españoles, el territorio salvadoreño estaba habitado por pueblos de orígenes diversos que, en oleadas sucesivas, fueron asentóndose en la región.

Para su estudio, los especialistas suelen subdividirlos en tres grupos: premaya o arcaico, maya y náhoa o nahua, en cierta medida por sus vínculos con las grandes culturas americanas que se establecieron desde el norte. Pese a las pesquisas realizadas, aún se desconocen los rasgos fundamentales de los arcaicos o premayas, de los cuales apenas se encontraron huellas paleontológicas y arqueológicas hacia 1917.

Todo parece indicar que ese grupo poblacional no alcanzó a mezclarse con las civilizaciones que arribaron luego a la zona, porque sus restos fueron sepultados por erupciones volcánicas ocurridas en el período prehispánico. Los pueblos incluidos en el denominado núcleo maya vivieron en El Salvador desde el siglo I de nuestra era hasta el VI, mientras que el náhoa o nahua se estableció en la zona como resultado de sucesivas migraciones iniciadas por los toltecas cerca del siglo XI.

Pocomanes y chorties son algunos de los grupos mayences reconocidos por los pioneros de la conquista y colonización, igual que los lencas, pueblo cuyo dominio se extendió desde las márgenes del Rio Lempa hasta la actual zona oriental de la República. Para el etnólogo y lingüista Carlos Antonio Castro, estos últimos, resultados del entrecruzamiento de misquitos- chibchas y mayences, constituyeron la avanzada de los aborígenes chibchanos expandidos por Centroamérica. Al arribo de los europeos, los lencas estaba a punto de ser absorbidos por los pipiles, grupo nahua al cual se le atribuye el carácter nuclear de la cultura salvadoreña desde el punto de vista antropológico.

Su larga convivencia con esa comunidad había influido en que hablasen el náhualt y practicasen costumbres sociorreligiosas muy parecidas. Entre sus divinidades se distinguían el Tigre que vuela (Comizahual) e Icelaca, deidad de dos caras que representaba el pasado y advertía sobre el porvenir. Investigaciones practicadas arrojaron que los pipiles llegaron a El Salvador procedentes de México tras el colapso del imperio Tala, alrededor del año mil de nuestra era y erigieron importantes ciudades como la de Cuscatlá y Techan Izalco, en el mil 54. También Apanectl, Tehuacan, Opaztepetl, Ixtepetl y Guacotecti, según refirió el historiador y ensayista salvadoreño Santiago Barberena (1851- 1916) en su Historia de El Salvador.

Los pipiles,descendientes de la civilización Tolteca que introdujo el culto al dios de la lluvia Tlaloc y se extendió desde orillas del Lempa hasta el Río Paz, desarrollaron una democracia militar caracterizada por la propiedad común de la tierra. Hasta la fecha, se reconocen cuatro ramas importantes de esa cultura: los cuzcatlecos, los Izalcos (muy ricos por su elevada producción de cacao), los Nonualcos (radicados en la zona central del país y reconocidos por su afición a la guerra) y Los Mazahuas. La sociedad pipil era en esencia clasista y tendiente al desarrollo de la esclavitud, en un principio como resultado de los enfrentamientos entre las distintas tribus y no por razones hereditarias.

Pese a eso, subsistían aún algunas formas de trabajo en común en sembradíos destinados a alimentar a los huérfanos y desválidos, similar al que se realizaba en el extenso imperio incaico. Las leyendas sobre las proezas de los más notables gobernantes de la comunidad pipil, que en lengua Nahuat significa Noble o Señor, llegan hasta nuestros días.


Axitl Quetzalcóatl, el Fundador, es uno de los más reconocidos ya que se le atribuye el haber conducido hasta la región centroamericana la migración náhua- tolteca fundacional. La práctica de la agricultura entre los pipiles era obligatoria y ordenada por el cacique, pero desconocían del arado, no disponían de animales de tiro, montura y carga. A pesar de esas limitantes, lograban cosechar en abundancia maíz, frijol, cacao, tabaco y otros productos tropicales, en gran medida por los avanzados sistemas de riego que lograron distribuir por todos los terrenos cultivados.

El amplio sistema de legislación penal pipil protegía el régimen agrícola, la división clasista de la sociedad,la religión y las instituciones fundamentales como la familia. La muerte, como castigo, sólo estaba reservada a quienes despreciaran los sacrificios a los dioses, tuviesen trato carnal con mujeres ajenas o parientes hasta el cuarto grado de consanguinidad, a los violadores y a los reos por hurto grave. El mentiroso era considerado un ser despreciable en la comunidad, por lo cual se le azotaba hasta el cansancio y si la mentira guardaba relación con asuntos de guerra, podían ser convertidos en esclavos. Cualquiera que tuviese contacto carnal de índole sexual con una esclava ajena también podía ser reducido a esa condición.

El Sol naciente, Quelzalcoátl en su dualidad de dios del viento y estrella de la mañana, era adorado tanto como Tláloc (dios de la lluvia), Tonatiuh y Metzi, el sol adulto y la luna respectivamente. La práctica del anualismo, colocación de la vida de un individuo bajo la protección de un animal o anual, era cuestión esencial entre los miembros de la comunidad y se extiende hasta nuestros días. Otras culturas encontradas por los europeos fueron los juicos, clasificados por el etnólogo francés Paul Rivet (1876-1958) como autónomos en lo lingüístico, y los matagalpos, misquitos-semimatagalpa o grupo chontal de Nicaragua.


El patrimonio arqueológico salvadoreño, compuesto entre otros por las ruinas del Tazumal, Pompe y El Trapiche- situados en la ciudad de Chalchuapa, departamento occidental de Santa Ana- recuerdan el paso de los primeros pobladores del territorio. A la pirámide trunca de 23 metros de altura que reina en la zona, semiderruida por efectos climatológicos y por la desatención de las autoridades, pueden sumarse las ruinas de San Andrés, en el departamento de la Libertad y los de Cihuatán, al norte de la capital. Estudios arqueológicos demostraron que el Tazumal fue creado por una de las comunidades de mayor antigüedad en el hemisferio, con evidencias de ocupación humana continua desde mil 200 años antes de nuestra era hasta el presente.

Aunque los pipiles solían establecer comunidades nuevas, escogieron al Tazumal como centro alrededor del 900 de nuestra era y construyeron una pirámide al estilo mexicano, un juego de pelota y un templo a Quetzalcoatl, en su versión de Ehecatl, dios del viento. San Andrés, uno de los más grandes centros prehispánicos, constituyó una capital regional alrededor del 600 a 900 de nuestra era y congregó a una población de más de 12 mil habitantes. Mientras Joya de Cerén, en el valle de Zapotitán a 35 kilómetros al occidente de San Salvador, conserva unas 15 estructuras a pesar de la incidencia de la erupción del volcán Caldera mil 400 años atrás.

Núcleos indígenas con raíces pipiles subsisten en El Salvador del siglo XXI en Izalco, Sonsonate, Panchimalco, los Nonoalcos y Sesori y muchos de sus miembros hablan el nauta arcaico además del idioma impuesto por los colonizadores españoles. Esas comunidades aborígenes se encuentran sometidas a condiciones infrahumanas, como gran parte de la población rural y suburbana del país, y su pasado suele mostrarse en nebulosa. La destrucción de los Códices undamentales de los pipiles por la Inquisición católica durante el período colonial y los afanes de la oligarquía local y foránea contemporánea, interesada en acelerar la supuesta modernización de la sociedad, han contribuido en gran medida a ello.

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