Mito y Lencho, los dos hermanitos, miraban asombrados, por un juraco, cómo aquel siñor que ledecían Irineyo Molina, se bía hecho payaso en un dos por tres. Taba sentado en un cajón, jumándose un puro, y con cara enojosa de hombre. Por el hoyito se véiya bien que le daba la luz de un carburo en la carachelosa de harina. Abajo, junto a la goliya plisada, asomaba el cuello prieto de su propio cuero. Más allá,el negro Jackson sembraba una estaca, con una almágana. A cada golpe de juelgo, la estaca se hundía un jeme. Recostado en unos lazos templados como cuerdas de violín, estaba un volatín.
—Apartáte, baboso.
—Peráte, quiero ver.
—Te vuá zampar una ganchada, Chajazo.
—¡Achís!, sólo vos querés mirar...
—A yo no mián dejado...
—¡Baboso, baboso, ayí entró una piernuda vestidedorado. Sestá componiendo la atadera.
La cipotada ondeó, como un tumbo de carne; reventó en empujones y se vació sobre la carpa,derrumbando al lado diadentro un rimero de sillas. Se oyeron voces de hombre, furibundas, y pasosamenazadores. La cipotada se dispersó a la carrera, haciendo sonar con sus talones la panza de tambor deldescampado. Se confundió entre el guevazo e gente silbando y riendo. Un sapurruco en camiseta, conunos grandes gatos que parecían de madera, salió encachimbado por debajo de la lona, con un acial en lamano. Llegó hasta el andén, mirando de riojo; escupió un salivazo con tabaco, y se metió otragüelta por debajo. Dos o tres chiflidos le condecoraron el fundiyo. El humo de los candiles y de los puestos de pupuseras ponía llanto en los ojos de aquella alegría. La manteca, ricién echada en las sartenas de las pasteleras, se oiba escandalosa, como cuando meya el tren. Las garrafas, en los mostradores de loschinamos, parecían jícamas de vidrio, que se bieran convertido en cocos. El guaro clarito temblabaadentro y dejaba descurrir su tujito embolón.
Las gentes iban entrando, guasonas, al circo. Daban su tiquete y levantaban la cortinenca deañididos, onde había unas letras que naide entendía, porque naide leyiya en el pueblo.
Una bandita descosida empezó a sonarse, allí dentro, debajo diaquel gran pañuelo. La buyanga sizomayor, y las gentes empezaron a codearse por entrar a coger puesto.
Por tercera vez sonó la campanilla; aquella campanilla que daba güeltegatos de plata en la aljombrade la ansiedad. Un silencio profundo se agachaba, cargado de corazones, como una rama de mango. Deuna patada se abrió el telón de los secretos; una pelota de colores vino rodando hasta el centro del picadero, y, con un grito de sollozo burlón, el payaso se irguió amelcochado, bonete en mano, con algo de piñata y algo de barrilete. De golpe se descolgó, en el redondel, la cortina de tablitas del aplauso.
Vestidos a medias y de medias, los volatines y volatinas, en escuadrón, avanzaron marciales, conlos brazos cruzados sobre el pecho y sonriendo con sonrisa postiza. Detrás, en dos caballencos ahumadoscomo los del carrusel, que llevaban colas de gallo en la frente, venían las masonas, vestidas deespumesapo y sentadas, con una nalga, en el mero chunchucuyo de los caballos. Cerrando chorizo, iba un chele vestido dentierro, con un chiliyo bien largo; y un viejo bigotudo, jalándole las narices a un pobreoso medio bolo. Más detrás iban los guachis, con cotones de colores llenos de chacaleles. La músicasonaba, toda ella, chueca y destemplada, como mocuechumpe.
* * *
En aquel pueblo de niños, sólo los cipotes se bían quedado ajuera. Ispiaban por onde podían,subiéndose algunos hasta las puntas de los cercanos jocotes, contentándose con ver el bailoteo de unoquiotro trapo de color, o el relámpago misterioso de las lentejuelas en las mecidas de los trapecios.
Los niños ajuera, los grandes adentro... El circo era como la felicidá, que se la cogen aquellos quemenos la quieren. Los cipotes se conjormaban viendo la alegriya luminosa, por un hoyito, entre tablas y piernas oscuras. Mito y Lencho, los dos hermanitos, se bían retirado dionde bían miradores, porque lestaban rompiendo toda la camisa. Sin embargo, cada granizada de aplausos los empujaba de nuevo a lacarpa. De chiripa se hallaron un juraquito bajero, que los otros no bían incontrado. Con el dedito inano lo jueron haciendo más grande, y miraban por turnos.
Cuando más extasiados estaban, mirando, mitá y mitá que la piernuda caminaba sobre el alambrecomo sobre el viento, un guachi, con una tablita, los cogió de culumbrón, soñadores e indefensos. Les diocon todas sus juerzas, el bandido jalacolochones; y ellos, dando alaridos, salieron corriendo y sobándosela nalga, ardida como con plancha caliente. Fueron a contarle a la mama; y la mama cogiéndolos debajode sus alas desplumadas, maldijo al miserable:
—¡Disgraciado, quiá de pagarlas un diya en los injiermos!
Lencho rumió, en su corazón de niño perdonero, aquella frase; y, tras un rato de silencio, preguntó:
—Mama, ¿yen el injierno habrán hoyitos para mirar lo que andan haciendo en el cielo?..
Aquest relat forma part del fantàstic llibre Cuentos de Barro (1934) de Salvador Salazar Arrué "Salarrué" (1899-1975) que podeu llegir sencer en aquest enllaç... Bona lectura !!!
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