Avui us convidem a la lectura (i a descobrir un fantàstic blog: Vistazos de Rachel Heindenry) d'un interessant article publicat en el bloc Talpajocote, obra de dos importants artistes i activistes culturals María Tenorio i Miguel Huezo Mixco dedicat al muralisme salvadorenc.
Aquest article, obra de Miquel Huezo, també fou publicat a La prensa gráfica a l'abril del 2012:
"Las
sociedades hablan a través de sus muros. La nuestra también. Por suerte,
en ellos no todo es alambre espigado y publicidad. En los últimos años
se viene produciendo, de forma casi inadvertida, una corriente de
“muralismo” que expresa los sentires de la gente. Rachel Heidenry,una
becaria Fulbright, ha recorrido buena parte del país fotografiándolos.
Su trabajo está produciendo el registro más completo del muralismo
salvadoreño.
Cuando
se habla de “muralismo” se piensa de inmediato en el movimiento
mexicano que tuvo lugar a principios del siglo XX. Recogiendo el legado
cultural prehispánico, artistas como Diego Rivera y José Clemente Orozco
usaron las fachadas e interiores de edificios públicos para exaltar los
triunfos de la Revolución mexicana, y darles protagonismo a indígenas,
campesinos y mestizos.
El
muralismo en El Salvador comenzó a tomar auge tras el fin de la guerra
interna. Desde luego que antes de 1992 hubo murales, pero fue hasta
después de esa fecha que comenzó a configurarse una tendencia gráfica y
artística en la que participaron tanto artistas de la elite como
artistas populares anónimos. Esto es explicable. El muralismo que no
tiene funciones decorativas, sino que sirve para plasmar la memoria y
los conflictos que se viven, solo es posible en sociedades abiertas. Y
fuera de algunos momentos excepcionales, el siglo XX salvadoreño estuvo
marcado por la represión y la intolerancia.
Rachel
Heidenry ha viajado de oriente a occidente, y de norte a sur, cazando
murales producidos por artistas populares, en Quezaltepeque, Santa Ana,
El Paisnal, Arcatao, Perquín y La Palma, entre otros lugares. Su
registro incluye los trabajos de artistas y colectivos más tecnificados,
como el que se aprecia en la pared principal del mercado San Miguelito,
en San Salvador, sobre la avenida España, o el que puede verse al final
de la avenida Constitución, en dirección norte, dedicado a las
migraciones.
A
menudo decimos que El Salvador es un país sin memoria. Esto no es
completamente cierto si vemos el enorme esfuerzo de decenas de
comunidades organizadas en el interior del país, que utilizan los muros
para fijar eventos que marcaron sus vidas.En
muchos casos los murales están asociados a la religiosidad popular y
son parte de un esfuerzo consistente para dejar huella de las
injusticias y colocar de manera visible a las personas que encarnan su
dolor y esperanza. Para el caso, en la iglesia de Arcatao los misterios
del Vía Crucis se ilustran con dibujos que rememoran los sacrificios que
vivió aquella comunidad chalateca.
El
personaje más invocado y representado es Óscar Romero, el obispo
mártir. Su figura aparece en innumerables lugares. En Perquín, Morazán,
ocupa la posición central en una colorida y bien elaborada versión de La
última cena, rodeado de hombres y mujeres de razas diversas. El
sacerdote Rutilio Grande, asesinado en 1977, es otro de los personajes
más reiterados.
Los
murales han comenzado a plasmar también una realidad nueva: el
deterioro del medio ambiente. Esto es evidente en municipios
predominantemente rurales y donde existen conflictos por el uso de los
recursos naturales. Por ejemplo, en Cabañas, el rechazo a la minería ya
se expresa en murales. Existen también murales que exaltan las
tradiciones culturales y el sacrificio de los que migran a Estados
Unidos. El muralismo salvadoreño, por supuesto, no se agota en estos
ejemplos.
Rachel
Heidenry hizo en 2011 su tesis de grado sobre el muralismo de El
Salvador. Ese mismo año obtuvo una beca Fulbright para continuar sus
investigaciones. A partir del 28 de abril presentará fotografías sobre
sus hallazgos en el Centro Arte para La Paz, en Suchitoto."
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