Hoy en pleno debate sobre la privatización del agua en El Salvador recuperamos un artículo de Ezequiel Barrera publicado en la Revista Gato Encerrado en el año 2015 con el título de "Así (sobre)viven los salvadoreños que no tienen agua"
La discusión para la aprobación de una ley general de aguas, que garantizaría agua de calidad para todos, sigue estancada en la Asamblea Legislativa tras casi una década. Mientras tanto, miles y miles de salvadoreños que históricamente no han tenido acceso al agua siguen caminando largas horas para abastecerse de vertientes que cada verano amenazan con desaparecer, y le continúan dando agua contaminada a sus niños.
(27 de octubre, 2014) – ¿Se imagina cómo se
vive en una casa donde nunca cae agua? Es más, ¿se imagina una vida
donde los chorros y grifos no son parte del inventario de la casa? En La
Libertad, las familias de Comasagua, Tamanique, Jicalapa y Chiltiupán,
así como en muchos otros municipios de El Salvador, no se imaginan esa
situación, la (sobre)viven. Como es el caso de Estela.
—El que tiene dinero y el que tiene de
todo, no se toca el corazón. Ojalá dijeran: “allá en las comunidades no
tienen este vital líquido, vamos a entrarle con todo y aprobar esta
ley”. Pero no, ellos piensan en nosotros solo cuando necesitan nuestro
voto— lamenta Estela Domínguez con voz firme, que refleja lo que
realmente es: una mujer empoderada y decidida a librar todas las luchas
sociales en favor de los demás.
Estela Domínguez es una lideresa, aunque
ella no lo acepte y se considere a sí misma como una representante de
mujeres, nada más. La verdad es que a ella no le interesa el
protagonismo mediático, solo ayudar a resolver los principales problemas
de las comunidades, como el de tener algún día acceso al agua potable.
Coordina cinco comunidades en Comasagua, es parte de la directiva de las
Mujeres Comasaguenses (MC) en donde trabajan con 28 comités de mujeres y
hacen un trabajo infinito, desde educar para alimentar correctamente a
las familias y evitar enfermedades por el uso de tanto condimento, hasta
empoderar a las mujeres para erradicar todo tipo de violencia en su
contra. Y todo esto lo hace de manera voluntaria, no recibe ni un tan
solo dólar por el arduo trabajo comunitario que realiza.
—Estoy convencida que el problema de
violencia y delincuencia en el país nace en el hogar. Por eso también
trabajamos para que en los hogares no haya violencia intrafamiliar, a
eso hay que añadirle que también trabajamos de la mano con onengés para
recibir talleres de educación sexual y que ya no nos reproduzcamos
demasiado, lo mismo con ACUA (Asociación Comunitaria Unida por el Agua y
la Agricultura) que nos ha ayudado y dado talleres— dice.
Mientras Estela nos platica todo lo que
hace, nos muestra inconscientemente su lado maternal y de abuela. Tiene
un nieto muy apegado, cuatro hijas y un hijo. Un esposo, que también
tiene un sentido comunitario agudo al desempeñarse como promotor de
salud. Una tiendita, que atiende mientras conversa con nosotros y donde
las charamuscas se venden como pan caliente. Y por si eso fuera poco, al
mismo tiempo, nos revela su amor por los animales tirándoles comida a
las gallinas que cacarean sin parar, a una perrita que parece Bichón
Maltés, un gatito de ojos azules y un perico que no deja de hacer
sonidos graciosos. Encima, su preocupación por el medio ambiente se
activa cuando a lo lejos se oye una motosierra y exclama:
—Aunque uno quisiera decirles que no corten
más árboles, no le hacen caso. Eso también daña el medio ambiente,
necesitamos los árboles.
Estela es tímida para las fotos, de hecho
prefiere pasar inadvertida ante las cámaras de un fotoperiodista, pero
por otro lado es valiente para denunciar y exigir a los diputados la
pronta aprobación de una ley que garantizaría agua de calidad para
todos. Y no es para menos, así como ella muchas salvadoreñas (y
salvadoreños) no tienen acceso al agua.
En el invierno se abastecen de agua
llovida. Ella por ejemplo pone debajo del techo, y de unos canales de
lámina que ha hecho, barriles y todo tipo de recipientes. Y de esa forma
llenar un par de contenedores de agua que tiene. Otros están en peor
situación, ya que la paupérrima situación económica no les favorece para
conseguir un contenedor.
—En el verano es lo duro —suspira— pues no
se consigue tan fácilmente agua. Aquí hay un vertiente, a cinco minutos a
pie que en verano casi se seca. Y cada año es peor. Nosotros vamos a
ese vertiente a traer agua que nos sirve para todo: bañarnos, lavar
trastos y beber— explica.
Fuimos a conocer el vertiente, y
efectivamente queda exactamente a cinco minutos a pie por unas veredas
traicioneras y en bajada. Un paso en falso y segura caída. Caminar con
un recipiente lleno de agua por esas veredas es toda una odisea. Al
llegar nos encontramos con Katherine, una joven que lavaba una montaña
de ropa.
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