Hoy desde Huacal os queriamos invitar a cenar con nuestra buena amiga Candy Chévez, licenciada en Psicología que colabora con Tiempos Nuevos Teatro (TNT) y que nos presentará de primera mano una innovadora experiencia educativa para jóvenes privadas de libertad: la Orquesta de Cuerdas y el Ensamble LiberArte. Una experiencia que trabaja para transformar la situación de las jovenes en El Salvador y luchar por la construcción de un presente y un futuro en paz...
La cena se celebrará el viernes 12 de abril a las 20,00h en el Restaurante La Popular de Sant Andreu (Carrer de Virgili, 85 / Metro L1 - Sant Andreu o Metro L9 o L10N - Onze de setembre).
Si quereís acompañarnos sólo teneís que escribirnos un correo a info@huacalong.cat o un whatsapp al 636971660... muchas gracias !!!
Para ir conociendo un poco más a Candy os dejamos con esta entrevista publicada en "Ciutats Defensores dels Drets Humans":
> La violencia no es un fenómeno reciente en El Salvador.
La violencia en El Salvador tiene un carácter histórico. Muchos textos abordan esta cuestión y, remontándose a la época colonial, buscan generar una reflexión sobre cómo nuestro pueblo se ha ido construyendo sobre diversas formas de violencia. Hemos aprendido a ver la violencia como una forma de resolución de conflictos y, en muchos casos, a naturalizarla. En la historia de El Salvador encontramos una trayectoria de luchas y resistencias caracterizadas por grupos de poder que, al verse amenazados, crean la figura de un enemigo público contra el que hay que luchar para conservar la estabilidad, la seguridad y la paz de unos cuantos. Así, los salvadoreños cargamos con nuestros muertos, que se incrementan de generación en generación.
La mía, carga con los 75.000 de una guerra civil que se desató a principios de los años ochenta. Después de una década de gobiernos autoritarios, abusos de poder, violaciones de derechos humanos y masacres, el pueblo se levantó. Doce años de conflicto armado nos llevaron a firmar la paz en 1992, una paz que sólo llegó para unos cuantos. La posguerra significó el auge de políticas neoliberales que, sumadas a factores como la migración o la pobreza, aumentaron el nivel de desigualdad social, situando a buena parte de la población en condiciones de marginalidad y exclusión.
> Un contexto para que surgieran las maras.
Los primeros 10 años de posconflicto se convirtieron en testigos silenciosos del surgimiento de las maras o pandillas en El Salvador, que encontraron en los y las jóvenes en condiciones sociales de vulnerabilidad un nicho para fortalecerse. La historia de las pandillas sin duda está muy vinculada a un proceso de paz inconcluso, que no se preocupó por las personas.
> ¿Qué significa ser joven en El Salvador?
No hay una única forma de ser joven. Como explica la investigadora Rossana Reguillo (2010), hay dos tipos de juventudes que se diferencian por la proximidad, o no, a las alternativas y el acceso. Existe una juventud precarizada, la mayoría, desconectada de las instituciones y los sistemas de seguridad, que ven mermadas sus posibilidades de elegir, y otra juventud conectada, incorporada a los sistemas de seguridad y a las instituciones, con más opciones.
Mi trayectoria me ha permitido trabajar con ambas juventudes, pero en los últimos años mi interés ha sido comprender qué significa en El Salvador formar parte de las juventudes desconectadas. Dentro de esta categoría podríamos hablar de varias maneras de ser joven: no es igual ser joven en un área rural o urbana, ni ser hombre o ser mujer. En este grupo, ser joven es en la mayoría de los casos un delito, e implica estar expuesto a la estigmatización, la criminalización y la muerte. Las y los jóvenes de barrios estigmatizados por la presencia de pandillas tienen que negar su territorio a la hora de buscar trabajo o asistir a un centro educativo. Deben cuidar su forma de vestir, hablar, moverse, la música que escuchan … todo puede criminalizarlos.
> ¿Cómo se vive en un territorio controlado por una pandilla?
Sin ánimo de generalizar, ya que es importante reconocer que todos los territorios tienen diferentes dinámicas, vivir en un territorio controlado por pandillas representará para las juventudes tener limitadas sus posibilidades de elegir, y estar constantemente perseguidas no sólo por la pandilla, sino también por policías, militares y la sociedad en general. Quiero retomar un fragmento de un artículo publicado por el diario nacional La Prensa Gráfica el 31 de julio de 2017, titulado “Quiero despedirme porque sé que me van a matar”:
“Desde hace dos semanas los pandilleros de la comunidad donde vivo me están molestando para que entre en la clica de la Mara Salvatrucha (MS-13). El jefe del grupo me ha dicho que tengo que matar si quiero seguir viviendo aquí. He tenido que hacer favores a la pandilla para sobrevivir; pero ellos quieren que mate a alguien, y si no lo hago me matan. Entonces, he tomado la decisión de que no lo haré y por eso quiero despedirme, porque sé que me van a matar.
No soy un delincuente, como tampoco lo son muchos jóvenes que tengo como vecinos. Los más expuestos a la violencia somos quienes vivimos en zonas marginales.
Aquí es donde la violencia está más presente porque es donde están los jóvenes que son parte de la pandilla y también estamos nosotros, que sufrimos la presión para formar parte; porque nos dicen que, si vivimos aquí, o formamos parte de ellos o estamos del lado de los otros.
Los policías me detuvieron una vez, me golpearon en la cabeza con un fusil. Me cogieron en la calle cuando volvía de un cibercafé de buscar información para un trabajo de ciencias. Me esposaron y me lanzaron a una pick-up. Uno de ellos me dijo que yo había atacado a una patrulla, pero no era cierto, porque yo había pasado toda la tarde delante del ordenador.
Sólo me llevaron a la delegación y me soltaron a las tres horas. Una señora policía llegó, me quitó las esposas y me dijo que se habían equivocado, pero que no le contara a nadie que me habían pegado los otros agentes. Desde ese día, siempre que me ven me maltratan.
Ellos no preguntan, no saben la clase de persona que es cada cual. Sólo porque vivimos en la comunidad creen que todos somos pandilleros…”
Este fue el relato de un joven que aprovechó un texto que tenía que escribir en la escuela para describir la persecución que estaba viviendo. El joven murió dos semanas después de escribirlo. Esto es lo que significa para muchos jóvenes vivir en territorios de pandillas, luchar cada día para sobrevivir, resistir a no morir.
> ¿Cómo repercute la violencia de las pandillas en el desarrollo de la juventud?
Básicamente, dificulta un desarrollo libre y pleno, y limita las posibilidades de elección sobre el propio futuro. Ahora bien, esta situación que viven las juventudes no es debida exclusivamente al fenómeno de las pandillas, sino a una serie de condiciones sociales que hacen imposible construir otros futuros. El Estado tiene una gran responsabilidad y también la sociedad en general. ¿Por qué un joven, chico o chica, ingresa en uno de estos grupos? Las pandillas no surgen de la nada, hay condiciones que permiten su existencia y personas a las que conviene que sigan existiendo.
> ¿Qué diferencias existen en el impacto de la violencia en hombres y mujeres jóvenes?
Los hombres jóvenes son los que más muertes suman a las cifras de homicidios del país. Son los que viven más violencia por parte de las fuerzas policiales y militares, y experimentan más limitaciones de desplazamiento territorial. Un hombre joven no puede entrar en cualquier territorio. En el caso de las mujeres, aunque el número de asesinatos es menor, estos se vinculan más a su condición de mujeres que el fenómeno de las pandillas. Las jóvenes son violentadas sexualmente y muchas veces se ven obligadas a mantener relaciones amorosas sin consentimiento. Son vistas como territorios de conquista, sobre los que los hombres pueden ejercer poder.
> ¿Cómo valoras las políticas públicas destinadas a la juventud de El Salvador?
Ha sido una apuesta equivocada y con esfuerzos insuficientes. Ha habido políticas asistencialistas, diseñadas desde un enfoque de riesgo, que buscan tener la gente joven “entretenida” para evitar que se meta en problemas. Las y los jóvenes han sido vistos desde las políticas públicas de manera poco activa, sin ser considerados actores protagonistas de desarrollo. Además, las políticas siempre se han diseñado pensando en unos pocos y no en la diversidad de las juventudes. En cuanto a las pandillas, las políticas represivas de mano dura han agudizado el problema.
> ¿Cómo podrían mejorar estas políticas para contribuir al fomento de la cultura de la paz y la reducción de la violencia?
En primer lugar, me parece fundamental que se construyan de manera participativa y desde abajo. En segundo lugar, hay que saber cuál es la situación de las juventudes. Es una de las principales limitaciones de nuestro país, la ausencia de datos que permitan analizar la situación de las juventudes en los diferentes contextos. En tercer lugar, es necesario llevar la discusión sobre la cultura de paz a un mayor nivel de análisis: ¿Qué entendemos por cultura de paz? ¿A qué tipo de paz nos referimos? Este es el diálogo pendiente para el país desde los Acuerdos de Paz. La paz muchas veces se entendió como ausencia de conflicto y, para no generar conflictos, era mejor no involucrarse, no organizarse, no participar, no ejercer los propios derechos, etc. Hay que apostar por la organización comunitaria, recuperar los saberes y experiencias que como pueblo hemos construido históricamente y que parece que hemos olvidado. Tenemos que mirar atrás, reconocer nuestra historia, retomar aprendizajes y empezar a construir futuro.
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