Por gentileza del periodista revolucionario Victor Regalado y del FMLN les ofrecemos hoy un interesante libro que lleva el título de "Los Izalcos, testimonio de un Indígena" de Julio Leiva y que pueden descargar en este enlace:
"Desde mucho antes de la presencia de los españoles a estas latitudes, ya
existía entre el pueblo indígena un trabajo comunitario o en común, teniendo
como base el
calpulli
y la unidad entre jefes y población.
En las épocas de las siembras, los izalqueños se reunían para sembrar,
quitar malezas y sacar la cosecha; también lo hacían para limpiar caminos y
recolectar agua. El trabajo comunitario llegó a ser una verdadera institución,
al cual los españoles lo identificaban con el nombre de ‘el Común'.
El Común de Los Izalcos se mantuvo durante la época Colonial y
posterior a esta, y en vez de perder fuerza, se fue convirtiendo en una sólida
institución. Con el tiempo, el Común era la instancia donde se discutía y
resolvía los problemas de la comunidad indígena; fue en ese espacio donde
residía la verdadera autoridad entre los naturales, por tal razón, los españoles
y criollos le empezaron a llamar la ‘alcaldía del Común".
Más informaciones sobre "izalcos" en este mismo Blog de Huacal
31/5/15
Los Izalcos, testimonio de un Indígena
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27/5/15
"Como no quererte, Alba!"
Una nueva recomendación literaria, esta vez el libro "Como no quererte, Alba!" de Iñaki Gonzalo, Kitxu, publicado por Txalaparta el año 2010.
El 10 de septiembre de 1990, la joven médico de Gares Begoña García Arandigoyen, Alba, resultaba herida de bala durante un enfrentamiento entre una patrulla de las fuerzas Armadas de El Salvador y una columna de la guerrilla Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), del Frente Farabundo Marí de Liberación Nacional (FMLN). Según la versión oficial, la brigadista vasca murió a consecuencia del cruce de disparos entre ambos. Sin embargo, la realidad fue otra: Alba fue herida y capturada viva por los militares salvadoreños. Después, fue violada, torturada y ejecutada con un tiro en la nuca. La joven formaba parte del personal sanitario de aquella columna guerrillera que fue acribillada a tiros en los cafetales de las faldas del volcán de Santa Ana.
Esta obra es la historia que hubiera podido ser, la biografía, a veces imaginada, a veces real, de una gran mujer, de una revolucionaria cabal, Alba, que murió a miles de kilómetros de su casa, en una guerra contra la injusticia que hizo suya. Alba repartió su amor entre dos pueblos, entre los marginados, porque como ella solía decir, la lucha no tiene fronteras.
Os recomendamos también ver el documental del director Dan Ortínez con el titulo "La lluita a la motxilla / La lucha en la mochila" que relata la vida de Alba y de otras dos mujeres internacionalistas.
El 10 de septiembre de 1990, la joven médico de Gares Begoña García Arandigoyen, Alba, resultaba herida de bala durante un enfrentamiento entre una patrulla de las fuerzas Armadas de El Salvador y una columna de la guerrilla Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), del Frente Farabundo Marí de Liberación Nacional (FMLN). Según la versión oficial, la brigadista vasca murió a consecuencia del cruce de disparos entre ambos. Sin embargo, la realidad fue otra: Alba fue herida y capturada viva por los militares salvadoreños. Después, fue violada, torturada y ejecutada con un tiro en la nuca. La joven formaba parte del personal sanitario de aquella columna guerrillera que fue acribillada a tiros en los cafetales de las faldas del volcán de Santa Ana.
Esta obra es la historia que hubiera podido ser, la biografía, a veces imaginada, a veces real, de una gran mujer, de una revolucionaria cabal, Alba, que murió a miles de kilómetros de su casa, en una guerra contra la injusticia que hizo suya. Alba repartió su amor entre dos pueblos, entre los marginados, porque como ella solía decir, la lucha no tiene fronteras.
Os recomendamos también ver el documental del director Dan Ortínez con el titulo "La lluita a la motxilla / La lucha en la mochila" que relata la vida de Alba y de otras dos mujeres internacionalistas.
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19/5/15
Celebración en Barcelona de la Beatificación de Monseñor Romero
Durante esta semana coincidiendo con la beatificación de Monseñor Óscar Romero en San Salvador se celebran distintos actos con el apoyo del Consulado general de la República de El Salvador en Barcelona que se enmarcan en la memoria que del nuevo beato salvadoreño siempre se ha mantenido con nuestra ciudad.
En primer lugar, el Comité Oscar Romero presentará la película de ficción “Romero” (1989) de John Diugan, una emotiva adaptación del personaje histórico y una actuación excepcional de Raúl Juliá. que se presentará el 20 de mayo a las 19.30h en la sala de actos de Cristianisme i Justícia (c. Roger de Llúria, 13, Barcelona).
El dia 21 de mayo a las 12.30h organizada por SIGNIS se celebrará en la parroquia de Santa Ana (c. Santa Ana, 29, Barcelona) una mesa redonda coordinada por el periodista Ignasi Miranda, con la participación del Cónsul General de El Salvador, Francisco Mena, que recordará su relación personal con Óscar Romero y los actos que en su país se realizarán con motivo de la beatificación, el jesuita Francesc Xammar presentará la figura de Óscar Romero como comunicador y la experiencia de los Comités Óscar Romero por todo el mundo, el escritor y periodista Francesc Romeu presentará la sintonía entre el estilo comunicativo de Romero y el papa Francisco y el profesor Ángel Miret valorará la figura del arzobispo mártir en su contexto histórico y en la actualidad.
Finalmente, el sabado 23 de mayo desde las 18h. en la parroquia de Santa Ana (c. Santa Ana, 29, Barcelona) se realizará la retransmisión en directo de la ceremonia de beatificación desde El Salvador así como otros actos vinculados a este momento histórico.
Más información en el blog del Consulado General de El Salvador en Barcelona
17/5/15
Alba TV, red de televisiones comunitarias de América Latina
Hoy os queremos presentar una experiencia televisiva y comunicacional que lleva desarrollándose desde hace unos años desde Venezuela hacia América y que con el paso de los días ha sumado decenas de apoyos en las comunidades de toda América Latina. Os hablamos de Alba TV, nacida en el año 2007, es un proyecto para la integración desde los pueblos, desde los movimientos sociales, desde las comunidades que junto a las televisiones comunitarias del continente articulamos las luchas populares contra el imperialismo, por la construcción y fortalecimiento de la identidad del sur, y para impulsar las transformaciones políticas, económicas y culturales hacia el socialismo.
La red, que tiene presencia en países de la región como: Argentina, Colombia, Chile, Honduras, México, Uruguay, Brasil y Venezuela, recibe todo el material audiovisual procedente de esas latitudes para posteriormente difundirlo a través del noticiero que producen diariamente.
Esta red televisiva, Alba TV, que fue galardonada en la categoría de "Mejor Medio de Comunicación Alternativo y/o Comunitario" del "Premio a medios alternativos y comunitarios Fabricio Ojeda 2012" ha recibido otros galardones y el apoyo de decenas de colectivos comunitarios de territorio latinoamericano.
Tal como se definen: "Alba TV no es solo una televisión, es un proyecto de articulación comunicacional de los movimientos sociales de América Latina y el mundo. Es un espacio de debate político e ideológico para la transformaciones necesarias en nuestro sur. Es un espacio de articulación.
A través de Alba TV podremos pasar de la lucha local y reivindicativa de las televisiones comunitarias, de las comunidades, de los movimientos sociales a una lucha política, por la conquista del poder de los pueblos del mundo, sin perder el contacto necesario y trabajo de base requerido.
Actuando localmente, a través de la televisora comunitaria, en el marco de una articulación internacional fortalecida por Alba TV, podremos aglutinar fuerzas para romper las cadenas del capitalismo y el imperialismo".
La red, que tiene presencia en países de la región como: Argentina, Colombia, Chile, Honduras, México, Uruguay, Brasil y Venezuela, recibe todo el material audiovisual procedente de esas latitudes para posteriormente difundirlo a través del noticiero que producen diariamente.
Esta red televisiva, Alba TV, que fue galardonada en la categoría de "Mejor Medio de Comunicación Alternativo y/o Comunitario" del "Premio a medios alternativos y comunitarios Fabricio Ojeda 2012" ha recibido otros galardones y el apoyo de decenas de colectivos comunitarios de territorio latinoamericano.
Tal como se definen: "Alba TV no es solo una televisión, es un proyecto de articulación comunicacional de los movimientos sociales de América Latina y el mundo. Es un espacio de debate político e ideológico para la transformaciones necesarias en nuestro sur. Es un espacio de articulación.
A través de Alba TV podremos pasar de la lucha local y reivindicativa de las televisiones comunitarias, de las comunidades, de los movimientos sociales a una lucha política, por la conquista del poder de los pueblos del mundo, sin perder el contacto necesario y trabajo de base requerido.
Actuando localmente, a través de la televisora comunitaria, en el marco de una articulación internacional fortalecida por Alba TV, podremos aglutinar fuerzas para romper las cadenas del capitalismo y el imperialismo".
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10/5/15
Guía de turismo "El Salvador"
EL SALVADOR es una guía turística diferente, que en sus 250 páginas se centra en un conocimiento más profundo de la realidad cultural e histórica de El Salvador. Ofrece sugerencias de rutas y lugares imprescindibles de visitar en diferentes zonas del país, tanto urbanas como rurales, a la vez que presente imágenes del pasado y del presente, acompañadas por ilustraciones de la flora y fauna del país, maquetas de su arquitectura y gráficos del interior de algunas de sus edificaciones más emblemáticas desde el pasado colonial hasta el presente.
En realidad, la guía EL SALVADOR (Madrid, Límite Comunicación, 2013, 10 mil ejemplares en ediciones simultáneas en castellano e inglés) es una pequeña enciclopedia del territorio salvadoreño, del que se presenta sus atractivos en playas, montañas, poblaciones, ríos, lagos y diversidad biológica, todo sazonado con explicaciones acerca de la historia del país, biografías y muestras de sus principales artistas, sus apuestas por el cine y otros elementos culturales más.
3/5/15
"El campamento" de Julio Alejandre
El Campamento es un relato de Julio Alejandre que podeís encontrar en su blog "La Otra literatura":
"Llevabas varado dos días en aquel poblacho de la frontera, sin posibilidad alguna de entrar en el campamento porque el señor Colindres, representante del ACNUR, se había negado repetidamente a extenderte un permiso de entrada: “no depende de mí, dijo, entienda que hay que tramitarlo con el Estado Mayor”. Dos días de vegetar en las áridas callejas de San Marcos, de dormir en un hospedaje mugriento y solitario.
Pero te rescató Marieta, la enfermera, “yo lo llevo con la ambulancia”, dijo, y sin pensárselo dos veces fue a sacar al motorista, que ya estaba en su cuarto, acostado, y os subisteis todos en el vehículo. Cruzó deprisa las cuatro callejas de San Marcos, dando tumbos y traqueteando en los agujeros del empedrado. Dejasteis atrás el poblado débilmente iluminado y entrasteis en el pinar. Los faros del carro perforaban la negrura amenazadora y fronteriza. Ibais en silencio, desvanecida ya la euforia del primer momento. Trepasteis la pendiente, culebreando el carro en el resbaladizo camino, alcanzasteis el copete del cerro y apareció el puesto de guardia, la tranca cruzada de una a otra orilla.
El motorista detiene la ambulancia, da un toque suave al claxon, que se despierten pero que no parezca impertinente, y a su llamada salen dos soldados de la caseta, medio dormidos, abrochándose la guerrera. Uno de ellos rodea el vehículo y se acerca a la ventanilla donde asomaba Marieta: “traemos dos enfermos de Tegucigalpa” y le planta ante los ojos una hoja escrita a máquina. El soldado apenas se fija en el papel y sus ojos aún resienten la pesadez del sueño. Con una débil linterna ilumina el interior de la ambulancia y ve un bulto en el asiento posterior. Le devuelve el papel a la enfermera: “está bueno”, y hace ademán al camarada para que hale de la cuerda y levante la tranca.
El carro atraviesa el retén y deja atrás a los soldados, que regresan a la caseta para seguir descansando. Ahora bajáis por un camino estrecho que blanquea entre los pinos, dais varias vueltas, ascendéis un repecho y, de pronto, ves una gran explanada de tierra blanquecina y un mar de techos de lámina que brillan bajo la claridad de la luna. “Es el campamento uno”, dice Marieta. El carro cruza junto a las primeras champas, enfila una calle y desemboca una especie de placeta de tierra. Todo queda a oscuras cuando el motorista detiene el carro y apaga los faros. En su lugar ha encendido las luces de emergencia. Bajo su intermitencia anaranjada ves acercarse a varias figuras que han salido de la nada. Marieta se baja del vehículo y se reúne con ellas. Hablan unos minutos, pero sus palabras te llegan deshilachadas por el viento, apenas retazos sueltos que no alcanzas a entender. Marieta señala hacia el carro y una persona asiente. Ahora te está haciendo señas para que bajes y te acerques. Sales del carro y llegas junto a ellos. Por el rabillo del ojo ves cómo una sombra desaparece en algún lugar de la noche. Con la luz intermitente, te cuesta distinguir los rostros de quienes rodean a la enfermera. Parecen hombres mayores. “Este es Juan García, dice Marieta, es amigo del padre Michael”. Asientes mecánicamente a una afirmación tan gratuita. “Aquí se los dejo”, concluye la enfermera. Antes de subir al carro, le da la mano. Todo el mundo está ofreciendo la mano continuamente, cuando te conocen, cuando te encuentran por la mañana, cuando te despiden por la noche y cuanta ocasión se cruzan contigo; pero el apretón que te da Marieta es fuerte, amplio, presiona su pulgar sobre el envés de tu mano, obligándote a alzar la mirada y ves en sus ojos una tensión cálida.
Alguien te toca suavemente el brazo y te dice: “Venga”. Lo sigues. El carro ha arrancado y encendido los faros y su resplandor aturde. Ves, mientras caminas, cómo sus luces indican su avance a medida que se aleja por la pendiente del cerrito. El hombre que camina delante de ti lo hace envarado, tiene las piernas muy delgadas y se toca con un sombrero curioso. Es más alto que tú. Atravesáis un callejón lleno de casetas de tabla, tan cercanas, que si extendieras los brazos podrías tocar ambos lados simultáneamente. Dobláis por otro más estrecho aún y el hombre se detiene frente a una champa con las paredes de lámina. Destraba con las manos un alambre y abre la puerta que cerraba. Penetra delante de ti. No ves nada. Huele a almacén. El hombre prende una linterna y con su exigua luz te señala un camastrón, pero has percibido vagamente que es un lugar amplio. “Aquí se va a quedar. Ya mañana platicamos”, y te ofrece la mano para despedirse, una mano rígida como una tabla, que no quiere ser estrechada sino solamente tocada, como el beso ritual que nos damos mejilla con mejilla.
Se marcha dejando la puerta encajada. Lo has seguido y ves que hay una cuña de madera, clavada en el marco, por si quisieras trabar la puerta, pero no lo haces y vuelves a tientas al camastrón. Encima hay una esterilla de algún tipo de palma entretejida. Cuelgas tu mochila en la cabecera del camastrón y te dejas caer agotado sobre él. No te quitas la ropa, ni siquiera te zafas los zapatos. Todo los músculos del cuerpo te duelen de la tensión de la última hora y en la boca continúa latiéndote el insidioso dolor del empaste roto. Cierras los ojos porque quieres descansar, porque tienes la imperiosa necesidad de que todas estas nuevas impresiones y emociones reposen y se asienten para que mañana puedan ser analizadas a la clara luz de la mañana".
"Llevabas varado dos días en aquel poblacho de la frontera, sin posibilidad alguna de entrar en el campamento porque el señor Colindres, representante del ACNUR, se había negado repetidamente a extenderte un permiso de entrada: “no depende de mí, dijo, entienda que hay que tramitarlo con el Estado Mayor”. Dos días de vegetar en las áridas callejas de San Marcos, de dormir en un hospedaje mugriento y solitario.
Pero te rescató Marieta, la enfermera, “yo lo llevo con la ambulancia”, dijo, y sin pensárselo dos veces fue a sacar al motorista, que ya estaba en su cuarto, acostado, y os subisteis todos en el vehículo. Cruzó deprisa las cuatro callejas de San Marcos, dando tumbos y traqueteando en los agujeros del empedrado. Dejasteis atrás el poblado débilmente iluminado y entrasteis en el pinar. Los faros del carro perforaban la negrura amenazadora y fronteriza. Ibais en silencio, desvanecida ya la euforia del primer momento. Trepasteis la pendiente, culebreando el carro en el resbaladizo camino, alcanzasteis el copete del cerro y apareció el puesto de guardia, la tranca cruzada de una a otra orilla.
El motorista detiene la ambulancia, da un toque suave al claxon, que se despierten pero que no parezca impertinente, y a su llamada salen dos soldados de la caseta, medio dormidos, abrochándose la guerrera. Uno de ellos rodea el vehículo y se acerca a la ventanilla donde asomaba Marieta: “traemos dos enfermos de Tegucigalpa” y le planta ante los ojos una hoja escrita a máquina. El soldado apenas se fija en el papel y sus ojos aún resienten la pesadez del sueño. Con una débil linterna ilumina el interior de la ambulancia y ve un bulto en el asiento posterior. Le devuelve el papel a la enfermera: “está bueno”, y hace ademán al camarada para que hale de la cuerda y levante la tranca.
El carro atraviesa el retén y deja atrás a los soldados, que regresan a la caseta para seguir descansando. Ahora bajáis por un camino estrecho que blanquea entre los pinos, dais varias vueltas, ascendéis un repecho y, de pronto, ves una gran explanada de tierra blanquecina y un mar de techos de lámina que brillan bajo la claridad de la luna. “Es el campamento uno”, dice Marieta. El carro cruza junto a las primeras champas, enfila una calle y desemboca una especie de placeta de tierra. Todo queda a oscuras cuando el motorista detiene el carro y apaga los faros. En su lugar ha encendido las luces de emergencia. Bajo su intermitencia anaranjada ves acercarse a varias figuras que han salido de la nada. Marieta se baja del vehículo y se reúne con ellas. Hablan unos minutos, pero sus palabras te llegan deshilachadas por el viento, apenas retazos sueltos que no alcanzas a entender. Marieta señala hacia el carro y una persona asiente. Ahora te está haciendo señas para que bajes y te acerques. Sales del carro y llegas junto a ellos. Por el rabillo del ojo ves cómo una sombra desaparece en algún lugar de la noche. Con la luz intermitente, te cuesta distinguir los rostros de quienes rodean a la enfermera. Parecen hombres mayores. “Este es Juan García, dice Marieta, es amigo del padre Michael”. Asientes mecánicamente a una afirmación tan gratuita. “Aquí se los dejo”, concluye la enfermera. Antes de subir al carro, le da la mano. Todo el mundo está ofreciendo la mano continuamente, cuando te conocen, cuando te encuentran por la mañana, cuando te despiden por la noche y cuanta ocasión se cruzan contigo; pero el apretón que te da Marieta es fuerte, amplio, presiona su pulgar sobre el envés de tu mano, obligándote a alzar la mirada y ves en sus ojos una tensión cálida.
Alguien te toca suavemente el brazo y te dice: “Venga”. Lo sigues. El carro ha arrancado y encendido los faros y su resplandor aturde. Ves, mientras caminas, cómo sus luces indican su avance a medida que se aleja por la pendiente del cerrito. El hombre que camina delante de ti lo hace envarado, tiene las piernas muy delgadas y se toca con un sombrero curioso. Es más alto que tú. Atravesáis un callejón lleno de casetas de tabla, tan cercanas, que si extendieras los brazos podrías tocar ambos lados simultáneamente. Dobláis por otro más estrecho aún y el hombre se detiene frente a una champa con las paredes de lámina. Destraba con las manos un alambre y abre la puerta que cerraba. Penetra delante de ti. No ves nada. Huele a almacén. El hombre prende una linterna y con su exigua luz te señala un camastrón, pero has percibido vagamente que es un lugar amplio. “Aquí se va a quedar. Ya mañana platicamos”, y te ofrece la mano para despedirse, una mano rígida como una tabla, que no quiere ser estrechada sino solamente tocada, como el beso ritual que nos damos mejilla con mejilla.
Se marcha dejando la puerta encajada. Lo has seguido y ves que hay una cuña de madera, clavada en el marco, por si quisieras trabar la puerta, pero no lo haces y vuelves a tientas al camastrón. Encima hay una esterilla de algún tipo de palma entretejida. Cuelgas tu mochila en la cabecera del camastrón y te dejas caer agotado sobre él. No te quitas la ropa, ni siquiera te zafas los zapatos. Todo los músculos del cuerpo te duelen de la tensión de la última hora y en la boca continúa latiéndote el insidioso dolor del empaste roto. Cierras los ojos porque quieres descansar, porque tienes la imperiosa necesidad de que todas estas nuevas impresiones y emociones reposen y se asienten para que mañana puedan ser analizadas a la clara luz de la mañana".
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