12/6/18

Así (sobre)viven los salvadoreños que no tienen agua


Hoy en pleno debate sobre la privatización del agua en El Salvador recuperamos un artículo de Ezequiel Barrera publicado en la Revista Gato Encerrado en el año 2015  con el título de "Así (sobre)viven los salvadoreños que no tienen agua"

La discusión para la aprobación de una ley general de aguas, que garantizaría agua de calidad para todos, sigue estancada en la Asamblea Legislativa tras casi una década. Mientras tanto, miles y miles de salvadoreños que históricamente no han tenido acceso al agua siguen caminando largas horas para abastecerse de vertientes que cada verano amenazan con desaparecer, y le continúan dando agua contaminada a sus niños.

(27 de octubre, 2014) – ¿Se imagina cómo se vive en una casa donde nunca cae agua? Es más, ¿se imagina una vida donde los chorros y grifos no son parte del inventario de la casa? En La Libertad, las familias de Comasagua, Tamanique, Jicalapa y Chiltiupán, así como en muchos otros municipios de El Salvador, no se imaginan esa situación, la (sobre)viven. Como es el caso de Estela.

—El que tiene dinero y el que tiene de todo, no se toca el corazón. Ojalá dijeran: “allá en las comunidades no tienen este vital líquido, vamos a entrarle con todo y aprobar esta ley”. Pero no, ellos piensan en nosotros solo cuando necesitan nuestro voto— lamenta Estela Domínguez con voz firme, que refleja lo que realmente es: una mujer empoderada y decidida a librar todas las luchas sociales en favor de los demás.

Estela Domínguez es una lideresa, aunque ella no lo acepte y se considere a sí misma como una representante de mujeres, nada más. La verdad es que a ella no le interesa el protagonismo mediático, solo ayudar a resolver los principales problemas de las comunidades, como el de tener algún día acceso al agua potable. Coordina cinco comunidades en Comasagua, es parte de la directiva de las Mujeres Comasaguenses (MC) en donde trabajan con 28 comités de mujeres y hacen un trabajo infinito, desde educar para alimentar correctamente a las familias y evitar enfermedades por el uso de tanto condimento, hasta empoderar a las mujeres para erradicar todo tipo de violencia en su contra. Y todo esto lo hace de manera voluntaria, no recibe ni un tan solo dólar por el arduo trabajo comunitario que realiza.

—Estoy convencida que el problema de violencia y delincuencia en el país nace en el hogar. Por eso también trabajamos para que en los hogares no haya violencia intrafamiliar, a eso hay que añadirle que también trabajamos de la mano con onengés para recibir talleres de educación sexual y que ya no nos reproduzcamos demasiado, lo mismo con ACUA (Asociación Comunitaria Unida por el Agua y la Agricultura) que nos ha ayudado y dado talleres— dice.

Mientras Estela nos platica todo lo que hace, nos muestra inconscientemente su lado maternal y de abuela. Tiene un nieto muy apegado, cuatro hijas y un hijo. Un esposo, que también tiene un sentido comunitario agudo al desempeñarse como promotor de salud. Una tiendita, que atiende mientras conversa con nosotros y donde las charamuscas se venden como pan caliente. Y por si eso fuera poco, al mismo tiempo, nos revela su amor por los animales tirándoles comida a las gallinas que cacarean sin parar, a una perrita que parece Bichón Maltés, un gatito de ojos azules y un perico que no deja de hacer sonidos graciosos. Encima, su preocupación por el medio ambiente se activa cuando a lo lejos se oye una motosierra y exclama:

—Aunque uno quisiera decirles que no corten más árboles, no le hacen caso. Eso también daña el medio ambiente, necesitamos los árboles.

Estela es tímida para las fotos, de hecho prefiere pasar inadvertida ante las cámaras de un fotoperiodista, pero por otro lado es valiente para denunciar y exigir a los diputados la pronta aprobación de una ley que garantizaría agua de calidad para todos. Y no es para menos, así como ella muchas salvadoreñas (y salvadoreños) no tienen acceso al agua.

En el invierno se abastecen de agua llovida. Ella por ejemplo pone debajo del techo, y de unos canales de lámina que ha hecho, barriles y todo tipo de recipientes. Y de esa forma llenar un par de contenedores de agua que tiene. Otros están en peor situación, ya que la paupérrima situación económica no les favorece para conseguir un contenedor.

—En el verano es lo duro —suspira— pues no se consigue tan fácilmente agua. Aquí hay un vertiente, a cinco minutos a pie que en verano casi se seca. Y cada año es peor. Nosotros vamos a ese vertiente a traer agua que nos sirve para todo: bañarnos, lavar trastos y beber— explica.
Fuimos a conocer el vertiente, y efectivamente queda exactamente a cinco minutos a pie por unas veredas traicioneras y en bajada. Un paso en falso y segura caída. Caminar con un recipiente lleno de agua por esas veredas es toda una odisea. Al llegar nos encontramos con Katherine, una joven que lavaba una montaña de ropa.

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